Recuerdo que cuando estaba en el instituto, el profesor de literatura nos decía a los alumnos títulos de películas para inspirarnos a la hora de escribir relatos literarios. Pues bien, hace un año escuché el título de un libro de Iñigo Sota Heras que me encantó porque me parece poético. Se trata de la novela editada por Cocó que lleva por nombre Las distancias cortas.  En esta ocasión, igual que cuando estaba en el instituto, tomo como fuente de inspiración esas tres palabras para dejar volar la imaginación y reflexionar sobre temas humanos.

Las distancias cortas. Una idea metafórica y elegante. Tres palabras cargadas de simbolismo en el lenguaje de las relaciones interpersonales. ¿Cómo se mide la distancia entre dos personas cuando el abismo que existe de corazón a corazón puede ser más grande que el que separa dos continentes? ¿Cómo se recorre la distancia que nos separa del alma de otro ser humano? O lo que es más difícil… ¿cómo permitir a otra persona descubrir nuestro yo desde la cercanía que como una lupa potencia las virtudes y magnifica los defectos que tanto nos esforzamos en ocultar? Los sabios dirían que ahí reside el verdadero amor: en la aceptación de lo bueno y lo malo que hay en el otro. Sin embargo… ¿qué pasa con el miedo que produce soberbia y arrogancia? ¿Cómo se escupe de un sorbo la vanidad que impide la paz?

No es fácil acortar distancias en la sociedad tecnológica. Sin embargo, todos necesitamos ser escuchados en lo más hondo de nuestro ser. Sentirnos valorados y reconocidos por el otro. Construir lazos interpersonales fuertes y sólidos. Dar y recibir. Mantener el equilibrio en la balanza de un corazón que tal vez se desgasta al compás de la decepción, la incertidumbre y la lucha. Viajar al corazón de otro ser humano no es lo mismo que coger un avión para descubrir un paraíso perdido en medio del océano. La aventura que envuelve acercarse a otra persona implica riesgos, sacrificio y esfuerzo. Palabras que tal vez sorprendan a aquel que está acostumbrado a la superficialidad.

Las distancias cortas aumentan cuando a veces nos boicoteamos a nosotros mismos como consecuencia de un mal recuerdo del pasado. Los centímetros se tornan kilómetros bajo una tormenta de dudas y miedo. Entonces… el ser humano se convierte en una isla desierta en la que sólo existe soledad y amargura. 

En medio de esa soledad, a veces, aparece la esperanza en los ojos de otro ser humano. Y nuevamente, surge el milagro. El milagro de vivir paso a paso sintiendo que existen distancias que disminuyen a través de la palabra y el contacto de la piel y el alma. 

Maite Nicuesa Guelbenzu