La vida no empieza cuando las personas nacen, empiezan más tarde, cuantas veces demasiado tarde, sin contar que aquellas apenas iniciadas se acaban. Así diría el nobel portugués José Saramago, y apenas es una metáfora gastada que sólo la fatalidad podría hacerla tan certera. El día clareaba, la fatalidad siempre tiene prisa por llegar temprano, la noticia, como a todo el mundo, me estremeció en un sismo que me hundiría en el desconcierto y entonces la memoria trajo consigo aquella frase de García Márquez ante el deceso de su maestro Ernest Hemingway, ¡Ha muerto un hombre de muerte natural!
En la memoria como un disecado recuerdo, quedarán las 27 batallas, las epopeyas sin precedentes escritas con sus golpes, desbaratando rivales y bebiendo del aluvión de la gloria sorbos de ella. En la historia quedarán sus vestigios, el récord inmaculado que nadie mancilló, la faja que ahora está vacante, sin dueño como su trono, la Mérida sin su ídolo, el boxeo sin Valero. ¿Pero en verdad se ha ido? Todo hombre es inmortal mientras se pueda vencer al olvido, y aunque nunca en el cuadrilátero conoció la hiel de una derrota, la amargura de un fracaso, palabras barridas de su léxico deportivo, más bien descascarillaba los triunfos y los elevaba hasta eternizarlos, hasta acostumbrarnos al eco sordo que ahora canturrea por el mundo, ¨ Ha vuelto a ganar el Inca. Volvió a noquear Valero¨.
Lo que habrá sido bajo las cuerdas, a nadie nos importa, su juicio ya tiene juez, y será la misma legislación para todos. Lo cierto, es que siendo el Samsa de Kafka, su trasmigración dejo grietas en la admiración de muchos. La vida no empieza cuando las personas nacen, tenía razón el maestro luso, su vida empezó desde que noqueara a aquel Hernández, y uno a uno fueron cayendo como naipes sus rivales, ahora su esquina está vacía, y lo estará para siempre, pues ha perdido la mayor de las batallas, la de estar vivo, más ahora lucha en el tinglado al otro lado de la vida para que no lo olvidemos.
Kevin Bello Parada
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