Ecos de muerte
Yo estoy más muerto que quienes yacen
bajo la tumba negra. La única diferencia,
es que yo, el insepulto: sufro…
–¿Cómo estás?
Me preguntó una joven de algunos 18 años, la cual padecía esquizofrenia. Ella tenía sobre sus hombros varias especies de pájaros negros, que ebrios y dopados, la sostenían de pie. Los plumíferos graznaban una melodía incomprensible, y movían sus alas vigorosamente, tratando de elevar a la dama sobre la boca del cielo.
–Muerto.
Exclamé. En ese momento las alas del aire hacían que todo mi cuerpo se moviera como un árbol moribundo. Y caían lágrimas convertidas en esculturas de sal, junto a todo mi entorno.
–¿Y tu padre?
Me interrogó una sombra azul, que se escondía temerosa. No le interesaba en absoluto mostrar su identidad, lo único que se podía ver con dificultad, era unas manchas blancas sobre su faz. La observé con toda atención y descaro, hasta imaginé, que ella me explicó: “Estás máculas son de puro pecado”.
–Muerto.
Aullé. Las nubes irónicas se carcajeaban como unas condenadas de mi dolor, mientras cambiaban (sus formas) en figuras terribles, pavorosas, espantosas. Cayó una cabeza sangrienta cerca de mí ser, era de bruma y agua, pero su lamento tenía el signo humano.
–¿Y tu madre?
Me dijo una mujer desnuda, que se cubría el rostro con una mascada púrpura. Mientras de sus labios descarnados brotaba una letanía antigua, en latín.
–Muerta.
Lancé las letras al viento, y estás caían heridas, y la “a” voló. Mi corazón tenía una caja de resonancia, donde se escuchaba un loco violín tocándose a sí mismo, un capricho de Paganini.
–¿Entonces por qué sonríes, cretino?
Volvió a increparme la enferma mental, mientras de su boca salían gusanos ebrios. Ella quiso esbozar una leve esperanza en su semblante, pero una espada de luz le cortó la gélida nariz.
–No lo sé.
Creo que susurré (no estoy seguro), mientras me desmoronaba todo… Me tragaba la oscuridad inmisericorde.
EL SEIS
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