Giró la llave de su casa y entramos con toda la compra del supermercado. Como todos los fines de semana cenábamos en su casa. Nos quitábamos la ropa, cada uno la suya y la guardábamos en su correspondiente cajón, calcetín con calcetín. Lo mismo hacíamos con los pantalones, cada pantalón en su percha. Alguna vez, o quizá muchas veces me hubiera gustado haberle visto con un ferviente arrebato pasional hacia mí. Imaginaba que era él quien me quitaba la ropa y yo a él, y que nos metíamos los dos en la cama y que nos olvidábamos de la cena y de ver la televisión. También fantaseaba con fresas y champagne, y no con un pescado de panga, yogures y pan, que es lo que habíamos comprado para cenar esa noche.
Uno de estos tantos rituales que él siempre escenificaba era poner la radio. Siempre la misma cadena, KISS FM. He de decir que nunca he tenido cultura musical, al revés que él, que sabía reconocer a quién pertenecía todas y cada una de las canciones que escuchábamos. También se encargaba de decirme en qué año empezaron a sonar. En el fondo a mí no me importaba ni lo más mínimo quién cantaría qué canción.
Aquel día no podía ser diferente. También encendió y sintonizó la radio. Sonaba Let it be.
-¿ Sabes quién escribió Let it be?.
– No, no lo sé- le respondí mientras cenaba.
– ¿No los sabes? Los Beatles- respondió él.- Empezó a sonar por los años 1960.
Este era nuestro único tema de conversación. Hablar sobre proyectos futuros, sobre ese día en concreto o sobre nuestros anhelos era para nosotros una utopía, una lejana quimera.
Nunca le pedí que apagara la radio, de lo cual me arrepiento. Nunca le dije que no estaba acostumbrada a cenar con ese mismo sonar. Pero si hubiera podido, la hubiera tirado por la ventana o la hubiese hecho añicos sin ningún resquemor. No aguantaba ese silencio roto por la misma ñoña sintonía. Además siempre ponían las mismas canciones.
Usue Mendaza
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